Descubriendo México

lunes, febrero 06, 2006

Trabajadores invisibles

A todos nos preocupan los abusos. A todos nos gusta tener derechos laborales. Estando en España uno tiende a quejarse casi sistemáticamente del desmantelamiento del Estado del Bienestar. Incluso a veces hay gente, como me tocó discutir las navidades pasadas con alguien que conocí, que dice que en España nunca hubo Estado de Bienestar.

Bueno, cuando uno vive en México se da cuenta del increíble logro que es tener un Estado de Bienestar: malo o bueno, que funciona o ineficiente, más grande o más pequeño. Pero en Europa sí sabemos lo que es tener derechos como trabajador. En México no.

En México hay un sistema de seguridad social para los trabajadores. Aquí podría abrir todo un debate sobre la calidad del servicio o los requisitos que hay que cumplir para poder acceder a ellos. Pero existe. Existe un Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), para servicios de salud y pensiones de jubilados, y existe un Instituto del Seguro Social para los Trabajadores del Estado (ISSTE), que es lo mismo pero nada más para los funcionarios (este dato puede servir como reflejo de la importancia que tiene el Estado como empleador en el país, una buena parte de la población trabaja para el gobierno).
Pero esa es la teoría. Luego está la realidad. Para empezar, una enorme parte de la población trabaja en el sector informal. Esto, lo que quiere decir, es que no existen para las cifras oficiales. Son invisibles. No contribuyen, en teoría, en el crecimiento de México, de su economía. En lo general son vendedores o prestadores de servicios. Venden cualquier cosa, de preferencia, pirata: piratería de ropa, música, películas o cualquier otra cosa que uno pueda pensar (México es uno de los países donde más piratería se vende en el mundo, ellos llevan muy a gala el ser los primeros), vender comida, limpiar, hacer chapuzas… Lo que sea, pero en negro. (Eso por no entrar a hablar de la marihuana, claro, enorme industria mexicana de exportación). La consecuencia principal de esto es que es imposible cobrar impuestos a esa parte de la población, controlarla, y eso, definitivamente, repercute en la economía del país. Los números bailan mucho. Las cifras oficiales dicen que la economía informal ocupa el 30% de la población, pero hay quien lleva el porcentaje hasta el 50%. Es difícil saber, estos negocios no están reflejados en ningún lugar, a nivel de estadísticas, es como si no existiera.

Otra consecuencia curiosa del sector informal es que distorsiona las cifras de desempleo. En México, con que se trabaje una hora a la semana, ya se considera que uno está empleado. Con lo cual, el número de parados no sube del 4%. Ironías de la vida. Pero lo peor es que es cierto. Como en este país no existe ningún tipo de seguro de desempleo, uno no puede estar sin trabajo, porque simplemente, el que no trabaja, no come.

La otra es que toda esa masa de población que vive en la informalidad (incluso tomando la cifra más baja, 30% de 100 millones y pico de mexicanos no es moco de pavo) no tiene acceso a ningún tipo de servicio gubernamental. No tienen derecho a la seguridad social, porque no cotizan, ni en un futuro podrían acceder a un sistema de pensiones. Tampoco pagan impuestos. Y todo lo demás.

Esta administración, la del presidente Vicente Fox, quiso arreglar el sector informal. Para que todos estos trabajadores fantasmas tuvieran la posibilidad de acceder a algún sistema sanitario, en lugar de reformar la seguridad social, en lugar de hacer visibles a todos esos obreros invisibles, creó un sistema nuevo. (Eso es muy típico de México, cuando algo no funciona, en lugar de arreglarlo, lo dejan que muera solo y crean otro sistema alternativo, duplicando funciones, ensanchando el ya inmenso aparato burocrático del país). Pero claro, el servicio que prestan en este seguro popular deja mucho que desear. A pesar de eso, personas como Juanita, la señora que limpia en mi casa una vez por semana, no tendrían derecho a ser vistas por un médico si fuese de otra manera. Juanita trabaja en más casas como la mía, al menos, una diaria, los siete días a la semana. No sé cuántos años tendrá, pero no es muy mayor, yo no le echaría más de 40. En mi casa no gana mucho, si estuviera en España, consideraría que la estoy explotando, y más teniendo en cuenta cómo queda el departamento después del desmadre del fin de semana. No tiene un solo día de descanso. No cotiza. Nunca podrá retirarse. No paga impuestos. Su trabajo no forma parte de ninguna estadística. Un día que vino a limpiar en navidades le dio un mareo y se tuvo que marchar a ver al doctor. No quería cobrarnos porque no limpió. Por suerte, gracias al seguro popular, la miraron y le dijeron que era una bajada de tensión. Sólo fue un susto. Y yo, pequeña burguesa que se pasa el día dándose golpes de pecho, me sentí como los traficantes de esclavos de la época de la colonia (y finalmente nos aceptó el dinero).

Esa es la realidad para muchos mexicanos, casi para la mitad de la población de todo el país, a pesar de que en las grandes cifras México figura entre las 20 economías más importantes del mundo y es país miembro de la OCDE (los países más ricos de Occidente).

Y un último apunte económico. La principal fuente de ingresos del país es la venta de petróleo, con lo cual, en los últimos años está habiendo una bonanza económica sin precedentes, gracias a los altos precios que se están pagando. Pero la segunda fuente de ingresos que le viene pisando los talones al oro negro a un ritmo de vértigo, son las remesas. El dinero que mandan los emigrantes que se fueron de mojados a EEUU a sus familias. Es increíblemente irónico y da muchísimo miedo. El país no puede garantizar a sus ciudadanos el trabajo. Los expulsa. Pero además los expulsa ilegalmente, son gente que se juegan la vida en el traslado, que se van sin conocer el idioma, muchas veces, ni siquiera el español por ser indígenas de zonas deprimidas. La misma tragedia que en el Estrecho. Diaria. Pero el instinto de supervivencia gana, se instalan, viven como trabajadores del campo o de la construcción en pésimas condiciones. Y mandan los dólares que ganan al sur, a sus familias. Y ese dinero se ha convertido en la segunda transacción más importante para el país. Escalofriante. Porque México pierde su potencial humano sin perder en las grandes cifras. Pierde su cultura, sus raíces, su potencial de crecimiento. Pero para el Banco Mundial o el FMI, todo está bien con México. Y los políticos están contentos con la situación.
Y en todo este panorama, ¿caben los sindicatos? ¿Es posible que alguien pueda considerarse representante de los trabajadores y reclamar sus derechos?

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