Una noche en las luchas
Gracias a David conocí las luchas, después de un año queriendo ir. La lucha libre, espectáculo de viernes en la noche, con todo su folklor. Son combates entre dos luchadores, cuatro o seis, pero siempre en dos equipos. Representan dos bandos: los rudos y los técnicos. El ring es como el de boxeo, supongo, porque nunca fui a un combate de boxeo. Me declaro completamente ignorante en ese campo. A cada lado del ring se colocan cada una de las aficiones de los dos bandos, en eso, es igual que el fútbol: gol norte, gol sur. Los rudos son los sucios, los que no respetan las reglas, dan golpes de efecto, toman a su adversario por sorpresa, y en eso está el espectáculo. Tienen nombres como Mephisto, los perros del mal, y similares. Usan melenas y suelen vestir de negro, una onda Marilyn Manson, exagerando un poco. Los técnicos son los acróbatas, los de movimientos limpios, casi de bailarines, también con nombres inverosímiles.
Pero toda la lucha es de plástico. Los luchadores marcan una coreografía, los movimientos son conocidos por los contrarios, que se dejan hacer. Los golpes son de mentirijillas y casi de antemano, si los luchadores no son demasiado buenos, puedes adivinar quién va a ser el ganador. Y es divertido por eso. De un viernes a otro se retan, se vengan, crean toda una trama que continúa en una semana y genera la emoción necesaria para la siguiente sesión.
La estética es parecida a la del boxeo, o perdón por mi asociación mental, a la estética de Telecinco en su primera época, la de las Mamachicho y el pressing catch. No falta el machismo, las rubias en bikini que anuncian los asaltos, la cerveza, los puros, los gritos poseídos de la afición enloquecida. Y no faltan los niños en las gradas, que miran con admiración a sus luchadores de cabecera, muchos con la máscara de su ídolo…
Yo llegué dispuesta a animar a los rudos, siguiendo mi espíritu rockero y mi afición por las melenas, pero me terminaron convenciendo los técnicos. Sobre todo Místico, que además de ser un acróbata tiene un cuerpazo, y perdón por la frivolidad, pero una no es de piedra… Aunque mejor pensado, creo que a quien le voy definitivamente es al speaker, por sus presentaciones imposibles. Todo un personaje. “El galán de las damas otoñales!” grita en una de sus presentaciones. Suena cómico precisamente por su falta de intención de sonar cómico.
Tres horas de combates te dan para entusiasmarte, sumergirte en la cultura de las luchas, casi salgo de la arena con una máscara si no fuera por mi claustrofobia y mi absurda asociación mental con el burka… El pueblo llena la arena, el espectáculo de las clases populares como en otra ocasión remota fue el cine o el fútbol, porque populares son los precios, aunque algunos me vengan diciendo que se están aburguesando, que se está convirtiendo en algo cool, moderno, alternativo. No importa. Es espectáculo, al fin y al cabo, es divertido, libera la tensión acumulada en una semana de duro trabajo…
Pero toda la lucha es de plástico. Los luchadores marcan una coreografía, los movimientos son conocidos por los contrarios, que se dejan hacer. Los golpes son de mentirijillas y casi de antemano, si los luchadores no son demasiado buenos, puedes adivinar quién va a ser el ganador. Y es divertido por eso. De un viernes a otro se retan, se vengan, crean toda una trama que continúa en una semana y genera la emoción necesaria para la siguiente sesión.
La estética es parecida a la del boxeo, o perdón por mi asociación mental, a la estética de Telecinco en su primera época, la de las Mamachicho y el pressing catch. No falta el machismo, las rubias en bikini que anuncian los asaltos, la cerveza, los puros, los gritos poseídos de la afición enloquecida. Y no faltan los niños en las gradas, que miran con admiración a sus luchadores de cabecera, muchos con la máscara de su ídolo…
Yo llegué dispuesta a animar a los rudos, siguiendo mi espíritu rockero y mi afición por las melenas, pero me terminaron convenciendo los técnicos. Sobre todo Místico, que además de ser un acróbata tiene un cuerpazo, y perdón por la frivolidad, pero una no es de piedra… Aunque mejor pensado, creo que a quien le voy definitivamente es al speaker, por sus presentaciones imposibles. Todo un personaje. “El galán de las damas otoñales!” grita en una de sus presentaciones. Suena cómico precisamente por su falta de intención de sonar cómico.
Tres horas de combates te dan para entusiasmarte, sumergirte en la cultura de las luchas, casi salgo de la arena con una máscara si no fuera por mi claustrofobia y mi absurda asociación mental con el burka… El pueblo llena la arena, el espectáculo de las clases populares como en otra ocasión remota fue el cine o el fútbol, porque populares son los precios, aunque algunos me vengan diciendo que se están aburguesando, que se está convirtiendo en algo cool, moderno, alternativo. No importa. Es espectáculo, al fin y al cabo, es divertido, libera la tensión acumulada en una semana de duro trabajo…
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