Viaje al centro del pais
David y yo rentamos un coche y nos fuimos de paseo. Al desierto. Al norte. Pero con escalas. La primera, San Miguel de Allende. En el centro de la República, al norte de la ciudad.
La ciudad. Una de las señales de que me estoy achilangando es que comienzo a llamar al DF “la ciudad”, lo que choca y provoca la risa a David y Rocío. Como si fuera la única. Aunque como ésta, pocas en el mundo, y eso no es necesariamente positivo.
San Miguel de Allende es el prototipo de ciudad colonial mexicana. Es casi una ciudad museo. Un bonito lugar, pero más un parque temático que una ciudad real. A mí me llevó a Ronda y a Arcos, sólo que con un toque Disney. Los gringos adoran el lugar. Y la ciudad está organizada para ellos. La comida no pica, no te sirven tortillas sino pan, los restaurantes son internacionales, cuesta encontrar comida corrida. Es el lugar para los gringos bohemios con pretensiones artísticas y forrados de pasta. San Miguel es caro.
Paramos poco tiempo, no nos gustó escuchar más inglés que español a nuestro alrededor. Pero nos dio tiempo de encontrar un paisano, en la manera en que los mexicanos entienden paisano (conacional). Llegamos en sábado noche, y por cierto, los dos con fiebre (qué comentario tan absurdo, pero no por absurdo deja de ser real), sin reserva de hotel, y sin conocer el pueblo, así que fuimos tocando de puerta en puerta, en algunos casos literalmente, para encontrar donde alojarnos. O no había lugar, o era demasiado caro. Por fin, encontramos el hotel. El dueño es de Palencia, afincado en San Miguel desde hace algo más de cinco años. Él en sus 60, su mujer, mexicana y embarazadísima, muy bella, entre los 25 y los 30. El palentino se emocionó con los dos jerezanos (no me iba a entretener dando explicaciones de mi origen, bastante difícil está entender que yo vivo aquí y David no, cuando todo el mundo nos toma como pareja). Nos preguntó por Pacheco (famoso hasta San Miguel de Allende, el mundo es tan pequeño), nos dio trato especial. Incluso tuvo tiempo de preguntarnos por el Estatut.
Al día siguiente, después del descanso, el paseo y la comida, seguimos viaje. A Real de Catorce.
La ciudad. Una de las señales de que me estoy achilangando es que comienzo a llamar al DF “la ciudad”, lo que choca y provoca la risa a David y Rocío. Como si fuera la única. Aunque como ésta, pocas en el mundo, y eso no es necesariamente positivo.
San Miguel de Allende es el prototipo de ciudad colonial mexicana. Es casi una ciudad museo. Un bonito lugar, pero más un parque temático que una ciudad real. A mí me llevó a Ronda y a Arcos, sólo que con un toque Disney. Los gringos adoran el lugar. Y la ciudad está organizada para ellos. La comida no pica, no te sirven tortillas sino pan, los restaurantes son internacionales, cuesta encontrar comida corrida. Es el lugar para los gringos bohemios con pretensiones artísticas y forrados de pasta. San Miguel es caro.
Paramos poco tiempo, no nos gustó escuchar más inglés que español a nuestro alrededor. Pero nos dio tiempo de encontrar un paisano, en la manera en que los mexicanos entienden paisano (conacional). Llegamos en sábado noche, y por cierto, los dos con fiebre (qué comentario tan absurdo, pero no por absurdo deja de ser real), sin reserva de hotel, y sin conocer el pueblo, así que fuimos tocando de puerta en puerta, en algunos casos literalmente, para encontrar donde alojarnos. O no había lugar, o era demasiado caro. Por fin, encontramos el hotel. El dueño es de Palencia, afincado en San Miguel desde hace algo más de cinco años. Él en sus 60, su mujer, mexicana y embarazadísima, muy bella, entre los 25 y los 30. El palentino se emocionó con los dos jerezanos (no me iba a entretener dando explicaciones de mi origen, bastante difícil está entender que yo vivo aquí y David no, cuando todo el mundo nos toma como pareja). Nos preguntó por Pacheco (famoso hasta San Miguel de Allende, el mundo es tan pequeño), nos dio trato especial. Incluso tuvo tiempo de preguntarnos por el Estatut.
Al día siguiente, después del descanso, el paseo y la comida, seguimos viaje. A Real de Catorce.
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